Caminando por el medio de la calle
Es casi medianoche. Vuelvo a casa después de haber tomado una copa. La acera es estrecha, hay un andamio, un charco, viene gente de frente… Decido pasar por en medio de la calle. No pasan coches. Siento un cosquilleo.
Que sensación tan poco habitual. Veo la calle desde el centro. En vez de mirar hacia abajo, como cuando camino apurado, miro hacia arriba, veo los edificios de cuatro y cinco plantas alrededor, y me detengo a disfrutar del momento.
Vienen unas luces en frente, me pitan, me bajo de la nube y vuelvo a mi lugar. A una acera de apenas metro y medio en una calle que tiene veinte metros de ancho. A mi sitio, a donde pertenezco como rebaño, como peatón.
Pocos metros más adelante la calle entera es peatonal y puedo recuperar mi lugar en el centro. Miro atrás, como si hubiese saltado no sólo de calle sino de siglo. Y me digo “Es posible. Fue posible. Alguien, una vez, decidió que esta calle ya no sería más para los coches, sino para los peatones”.
¿Y por qué no la calle siguiente? ¿Qué sortilegio se activa para que una persona sola no pueda ocupar el centro de la calle, pero cuando monta en el caballo de hierro gane automáticamente el derecho de avasallar a quien por en medio se cruce? Al final, es una convención social.
A golpe de convención social el coche se hizo con todo el terreno. El culmen fue crear aparcamientos en la superficie de las plazas centrales. Poco a poco, en algunas ciudades, se va ganando poco a poco el terreno de vuelta. Como peatón no contamino, no exijo caras infraestructuras, no preciso que el poder público me subvencione un aparcamiento en la vía pública donde estacionar mi vehículo 23 horas de cada 24. Tengo derecho.
¿Respetar el semáforo en rojo? Les estamos educando mal
Desde que tengo niñas pequeñas cruzo mucho menos semáforos en rojo. Es más, cuando veo que hay niños pequeños alrededor, aunque no sean los míos, me detengo delante del semáforo y aunque no se vea ningún coche en kilómetros a la redonda, espero a que el señor verde se ponga a caminar para hacerlo yo con él. Hay que evitar dar mal ejemplo: “Papá, ¿por qué aquel señor está cruzando en rojo si tu dices que no se puede?“
Pero después de mi epifanía en medio de la calle me pregunto si no estaremos educándolos mal. Si no estaremos perpetuando la idea de que la calle es de los coches, y no de las personas. Los niños piensan que las cosas que les enseñas han sido siempre así. Quizá haya que enseñarles otra cosa.
Mido dos metros y eso ayuda a cruzar pasos de cebra. Los coches me ven, y cuando no hay semáforo, puedo poner la primera pierna en el blanco/negro del asfalto sabiendo que el conductor me ha visto y va a parar. Puedo defender mi espacio sin siquiera pararme a mirar al coche, o de hacerlo, soltar una mirada condescendiente o una mueca agria porque ha frenado demasiado tarde. Estos locos bajitos no tienen esa capacidad y sería una locura llevarles a ello. Antes de poder pelear por su espacio urbano tienen que poder defenderse seguramente en él.
Pero no puedo dejar de pensar en que quizá haya que enseñarles a cruzar en rojo. A sacarle el dedo al conductor. A que piensen que la calle es de todos, suya también, y da igual que esté asfaltada que adoquinada, su derecho de uso es igual. A ser peatones orgullosos.
Rompiendo la convención social
Tras la breve zona peatonal, seguí caminando por en medio de la carretera. Pero ahora todo había cambiado. Ya no sentía esa sensación de novedad, de breve placer por tocar un espacio desconocido. Ahora me sentía con derecho de caminar por el medio, de enfrentarme a los coches que venían de frente, de hacerles pensar “pero dónde va este loco caminando por en medio, desafiando la convención de que la carretera es para el coche y el peatón debe hacinarse en estrechas aceras”.
Claro, es fácil para mi. He venido a casa de vacaciones dejando mi coche en el parking del aeropuerto de salida, y no me queda otra que ser peatón. Quizá lo viese de forma diferente si fuese al volante. Al fin y al cabo, somos las mismas personas que durante la mañana paseamos por la acera y durante la tarde salimos a comprar en coche. Sólo cambia el contexto y nuestra posición relativa pre- o post- volante.
Pero algo dentro de mí ha hecho clic. La atracción por ir por el puñetero medio de la carretera va a ser muy fuerte en los próximos días. Por en medio de MI carretera, por en medio de MI espacio público y de MI ciudad.
¡Los de la acera…
Flashback. Oviedo, año 2002 o aledaños. Los alumnos de la Escuela de Informática de Oviedo bajamos en manifestación al rectorado reclamando calidad docente. Somos un poco pardillos y estamos poco bregados en estas lides. Bajamos por la acera. Nos paramos en los semáforos. Somos la manifestación más educada que haya visto el movimiento estudiantil, hasta el punto de dar un poco de vergüenza ajena. Sólo al final del Campo San Francisco, a apenas doscientos metros del tramo peatonal que nos llevará al rectorado, conseguimos los puntos de madurez necesarios para saltar
… A LA CARRETERA!