Si definimos el racismo como el prejuicio individual intencionado contra la gente negra, puedo decir que no soy racista. Es más, me ofenderé cuando alguien sugiera lo contrario. Si se me presentan hechos racistas cometidos por otros blancos, diré que no tienen nada que ver conmigo: yo, como individuo, soy diferente. Trato a todas las personas por igual independientemente del color de su piel.
Hay otra perspectiva: considerar el racismo como una característica del sistema, engranado en las instituciones, y parte de la sociedad en múltiples niveles. Desde este punto de vista, participo en el racismo en la misma forma en que soy parte de esta sociedad. No puedo pretender estar libre de él. Mis acciones, en tanto que están condicionadas por el entorno, pueden tener un impacto racista, aunque yo no sea consciente.
Esta definición sistémica del racismo es un asunto angular del libro “Fragilidad blanca” de Robin Diangelo.
El libro está dirigido a un público blanco. La autora pide para contrarrestar el racismo que quien lea sea capaz de nombrar su identidad racial como blanca. A partir de ahí se puede entender que el racismo además de perjudicar a personas de color, también beneficia a las personas blancas.
Lo blanco es lo estándar, es la medida de todo. Incluso el término “personas de color” puede dar a entender que las otras son neutras: no tienen ningún color. Para superar la fragilidad blanca es importante nombrar tanto el color de la piel como los privilegios asociados a él. Los blancos disfrutamos de tales privilegios, pero no parecemos darnos cuenta. En gran medida, el privilegio blanco es invisible.
Diangelo considera útil considerar el racismo no como una cuestión binaria, sino como un continuo, como una graduación. Si me considero “no racista”, ¿que más he de hacer? Ya he llegado a destino. Si en cambio me considero dentro de una sociedad que tiene actitudes racistas que afectan lo que digo y lo que hago, entonces puedo entender que es necesario mejorar y aprender, para identificar y desactivar esas actitudes.
Diangelo es formadora y realiza habitualmente talleres sobre diversidad e identificación de actitudes racistas. Lo que se ha encontrado a lo largo de los años es una manifiesta incapacidad blanca para encajar críticas. La fragilidad blanca es la piel fina que se siente agredida cuando le señalan que una actitud o comentario refuerza situaciones racistas. Tanto es así, que el libro da un catálogo de las actitudes y emociones que va a despertar en gente blanca el recibir este tipo de feedback.
Si la gente blanca vamos a poner el grito en el cielo cada vez que se señala una actitud problemática (hay un capítulo dedicado a las lágrimas de las mujeres blancas), entonces nadie va a querer seguir dándonos feedback. En base a la experiencia de la autora, la única forma de dar feedback sin desatar la fragilidad blanca es no dando ningún feedback.
En este aprendizaje es problemático esperar que la gente de color enseñe a la gente blanca sobre el racismo, por varias razones. Primero, el racismo es un problema que sufren unos y que beneficia a otros: la gente blanca tenemos un rol neutro. Segundo, una expectativa así refuerza relaciones de poder desiguales: le corresponde a la gente blanca hacer el trabajo de formarse. Por último, ignora dimensiones históricas de la relación entre razas: para poder hablar de racismo con la gente de color es preciso ser consciente de lo que significa ser blanco. Si no existe esta consciencia, la persona negra se sentirá invalidada.
“Fragilidad blanca” está anclado en la cultura e historia norteamericanas. El racismo estaba presente en el propio nacimiento de los EEUU, en el que se hizo compatible la esclavitud con el noble ideario de igualdad de la declaración de independencia. La segregación racial y la lucha por los derechos civiles es otro capítulo clave en el engranaje del racismo en la sociedad norteamericana. Hoy en día sus efectos se pueden ver nítidamente. Las vidas negras importan.
Me resulta especialmente interesante la cita de Ta-Nehisi Coates: “la raza no es el padre, sino el hijo del racismo”. Primero vino la explotación de pueblos para extraer sus recursos, y sólo después se inventó la justificación de que eran pueblos inferiores en función de su color de piel.
Me gustaría próximamente indagar en la relación de Europa y de España con el racismo. No tenemos los mismos referentes y me gustaría identificar los propios españoles (Cuba, Guinea Ecuatorial, las pateras, los CIE…) y europeos. De momento estas son algunas de las voces que estoy escuchando: European Network against Racism, Sarah Chander, Es Racismo, Daniela Ortiz, Georgina Marcelino, ASNUCI, Moha Gerehou