Es posible arreglar esta situación. Pero no podemos confiarles el mando a los mismos partidos, personas e ideas que nos metieron en ella. Para salir del pozo el control ha de volver a la ciudadanía.
La transición dejó a los partidos políticos como el medio principal de expresión política. La gente elegía a sus representantes, que llevarían sus ideas a los únicos lugares donde se hacía política: los parlamentos. Con el paso del tiempo la desafección ha ido creciendo como prueban los índices de participación electoral cada vez más bajos. A los más jóvenes nos cuesta encontrar razones suficientes para renovar el compromiso de nuestros padres: no nos sentimos representados por una Constitución que no nos han dejado votar. Debería de haber un referéndum cada generación.
El sistema de partidos, esa jerarquía, ha creado sus propios monstruos. Quienes se presentan como “la renovación” son políticos a quienes conocemos de toda la vida. Las cúpulas de los partidos han hecho y deshecho a placer amparadas en la confianza ciega de sus afiliados, encantados de formar parte del juego del poder. La corrupción no es una enfermedad puntual: es consecuencia directa de un modelo cerrado, opaco y piramidal. No hay que extirpar a los corruptos de los partidos, sino a los partidos de los corruptos.
El maniqueísmo, “o conmigo o contra mí”, ha sido el pan de cada día en tertulias y debates: adiós a la batalla de las ideas, dentro el enfrentamiento sectario entre dos bandos ignorando al resto. Y hay muchos que no queremos elegir bando, que no queremos participar de su guerra, que no vamos a encajar nuestras ideas en sus moldes.
Como guinda, el tratamiento de las Iniciativas Legislativas Populares, vetando el trabajo ciudadano que las genera sin ni siquiera debatirlas.
En resumen: hay una minoría controlando el sistema, parapetada en él y asumiendo que la voz popular es un ataque a su status quo. Hay un secuestro del sistema democrático.
“Recicla tu voto”, imagen de Joseandrés Guijarro para una campaña de Equo Cuenca (CC BY-NC-SA 2.0)
Reiniciando la democracia, recuperando el poder
En mi opinión esta es la principal lección del fin de la era representativa: hay decisiones demasiado importantes como para dejarlas en manos de los políticos. Necesitamos recuperar el poder democrático para volver a tener el control (si es que alguna vez lo tuvimos realmente).
La tecnología permite hoy recuperar el poder popular e implantar sistemas de democracia directa. No se trata sólo de cambiar la herramienta, aparcar la urna y usar Internet, sino de cambiar todo el paradigma, la manera de hacer las cosas. La democracia representativa es a la era industrial lo que la democracia directa es a la era digital.
Para que el nuevo modelo funcione hay varias condiciones imprescindibles, que además configuran nuevas prioridades:
– Empoderar a las personas. Que aprendamos a usar las herramientas que nos permitan debatir y decidir entre todas y que ganemos la confianza necesaria para hacerlo.
– Una buena organización. Involucrar a la gente, crear buenas herramientas, saber moderar y recoger conclusiones, agilizar los debates, tener tiempo para hacerlo.
– Asumir el cierre de la Brecha Digital como una prioridad para que este modelo sea accesible a toda la población.
Bajo el nuevo paradigma las organizaciones que quieren intervenir en política han de reinventarse. Un partido no tiene el monopolio de las propuestas, sino que va a ser cada vez más correa de transmisión de otras ideas desarrolladas en la calle y en la red. El partido de “cúpula pequeña y seguidores fieles” dejará paso al “partido-red”, donde lo que se valora no es la adhesión inquebrantable sino poner las neuronas al servicio de las causas.
No ocurrirá de la noche a la mañana, porque implica también un cambio cultural. Pero apunta en la dirección adecuada, y permitirá que lo que se construya sobre este modelo sea sostenible porque hace copartícipe a la gente de su elaboración. El manifiesto “Reiniciar la democracia para salir de la crisis” propone los pasos necesarios para hacer este reinicio realidad.
Recuperemos el poder.