Nos manifestamos pacíficamente y nos llevamos palos de quienes deberían defendernos. Pagamos impuestos y nos reducen la cobertura sanitaria para salvarle la cara al banquero especulador. No hay dinero para investigación pero sí para coches oficiales. El poder político se alía con el financiero montando un sistema controlado, unos años por unos, otros por otros. Las empresas de comunicación, parte del sistema, te atiborran con declaraciones vacías de los “líderes”, mientras el juego político está vetado al ciudadano de a pie.
Mientras las estructuras políticas se maltratan a sí mismas, la ciudadanía en ocasiones las olvida y se centra en hacer bien su trabajo, cuidar a sus hijos… aportar su parte, aunque haya que mirar para otro lado. Pero aunque una persona pase de la política, la política no pasa de ella, y al final la irresponsabilidad de los gestores te acaba por tocar: un día tocan su salario o tu empleo, otro el transporte público, al siguiente la cooperación al desarrollo.
Hay razones para el pesimismo. Y con el pesimismo a cuestas, no vamos a ningún sitio, no deja de ser una mochila pesada, una profecía autocumplida. Necesitamos plantearnos con optimismo el futuro, sabiendo qué se ha hecho mal y no conviene repetir, y apostando por cambios que funcionan.
Para indagar en ese optimismo y valorar cómo salimos de ésta, entrevisto a María Novo. La escuché por primera vez en la III UniVerde en Madrid, y sus ideas sobre las relaciones humanas me parecieron muy actuales. A ideas que yo llego gracias a la interacción de personas y tecnología, María Novo ya había llegado hacia tiempo desde la sostenibilidad, y defiende también que el mundo está cambiando.
– Si nos ponemos el sombrero pesimista, vemos que las cosas se siguen complicando. Las fórmulas conocidas nos fallan, y quizá las soluciones vengan de sitios que aún no conocemos. Si nos quedamos en casa nos llevamos palos del gobierno, y si salimos a la calle, es la policía quien reparte ¿Cómo podemos, como personas, prepararnos para este presente y futuro inciertos?
Creo que es esencial aprender a vivir mejor con menos, y también restaurar las relaciones comunitarias (pueblo, barrio, amigos…) que se están deteriorando debido a la enorme cantidad de horas que el sistema obliga a trabajar a las personas. Nos han querido engañar con la supuesta magnificencia de lo grande, lo lejano, lo rápido, y ahora descubrimos que la verdadera calidad de vida se mueve en torno a lo pequeño, lo próximo y lo lento. La lentitud es indispensable para mirar a los otros a los ojos, para escuchar, para disfrutar de una puesta de sol y de todos los intangibles que están ahí sin que haya que pagar por ellos. Pero también es necesario redescubrir la calidad de vida en lo próximo: en el pueblo, el barrio, los entornos en los que podemos establecer verdaderos vínculos humanos. Y, por supuesto, si la opción por las grandes fusiones bancarias, por los holdings financieros, por todo lo grande, se ha mostrado una opción más que peligrosa, no estaría de más intentar encontrar “el tamaño óptimo” en cada caso, recuperar unas magnitudes a escala humana en lo que hacemos, en los ámbitos en los que nos movemos. No podemos rechazar fenómenos como la globalización, están ahí y tienen su cara positiva, pero creo que a los aspectos más duros de un mundo globalizado (multinacionales que no ven a sus empleados y no tienen alma; productos que van y vienen con enorme coste energético de un lugar a otro; entramados financieros de difícil control…), a esos aspectos más duros hay que contraponerles un mundo con alma, en el que volvamos a mirarnos a los ojos, en el que el centro de nuestra existencia sea la vida y no el mercado.
– Pedimos más democracia, pedimos ser más partícipes de las decisiones. Pero eso nos exigirá más tiempo. Casi mejor elegir a quien nos represente y que se dediquen a eso, ¿no? ¿Una democracia representativa es todo lo que podemos conseguir? ¿Por donde puede comenzar la ciudadanía a recuperar el poder público hoy perdido?
Creo que lo esencial es no perder el sentido verdadero de la vida, saber dónde están nuestras raíces, que es en la naturaleza y en la convivencia con los otros. Somos seres dependientes, estamos al final de una red trófica que, si se rompe, dificultará o imposibilitará nuestra existencia. Pero eso se nos olvida. Volver los ojos a la naturaleza, aprender de ella, aprender de la cooperación, que es el gran motor de la vida. Cada vez que cooperamos, allí donde lo hacemos, estamos copiando esa fuerza oculta que ha permitido que la vida salga adelante una y otra vez, pese a las dificultades. Creo que una democracia representativa es, hoy en día, una demanda de cortos vuelos. Ha llegado el momento de la democracia participativa, de que la gente tome la palabra. En mi opinión, en España lo estamos haciendo muy bien los grupos sociales y la ciudadanía, estamos dando una lección de civismo pero de capacidad para decir “no” a un sistema que nos quiere convertir en súbditos en lugar de ciudadanos.
– Queremos empleo. Pero cuando lo pedimos, nos encontramos viendo peticiones a grandes fábricas para que se instalen. Y sabemos que esas fábricas no tienen corazón, se van a ir en cuanto no tengan beneficios. ¿Estamos condenados a tener que tener empresas grandes para tener empleo?
Creo que el modelo de las grandes empresas no es el dominante en nuestro país, donde las PYMES generan la mayoría del empleo. Nuestra experiencia mediterránea nos ayuda a ser creativos y a confiar en la creatividad de nuestros emprendedores. Pero hay que “despejar” el panorama de dificultades burocráticas con que se encuentran. Y necesitamos influir en la política para recuperar los derechos sociales que se han perdido en el último año. Pero, dicho esto, hay algo que nadie quiere decir y que no queda más remedio que recordar: en un mundo altamente tecnificado, donde una máquina hace hoy el trabajo que antes hacían 100 o 200 trabajadores, no hay empleo para todos si se mantienen las mismas jornadas laborales de 8 horas. Esto ya lo intuyó Paul Lafargue, que propuganaba jornadas cortas en su tiempo. Hace 30 años, en 1982, ya presenté una ponencia a un congreso internacional proponiendo el reparto del empleo como “un bien escaso”. No sucedería nada grave (sólo que los empresarios ganarían algo menos) si estableciésemos jornadas laborales de 5 horas, en turnos alternativos de mañana o de tarde. Esta medida permitiría que, en las familias, se pudiesen alternar los horarios de los padres para que los hijos no estuviesen solos, algo que nuestra sociedad necesita con urgencia. También se duplicarían las posibilidades de empleo y, al mismo tiempo, todo ello haría más felices a las personas y a las familias… El beneficio social sería inmenso, sólo quedarían mermados los grandes beneficios de las corporaciones transnacionales o de las empresas. Además, está demostrado que en 5 horas continuadas, con un pequeño descanso intermedio, se puede rendir todo lo que un ser humano puede dar de sí creativamente en un día. El resto del tiempo trabajado es, muchas veces, tiempo de baja calidad productiva y creativa. Además, este sistema beneficiaría mucho a las familias, que están sufriendo una gran dislocación por los larguísimos horarios de trabajo de los padres y la consiguiente soledad de los niños.
Otra solución complementaria es adoptar la renta básica de ciudadanía, para que nadie que pierda su empleo se vea en situación de indigencia. Pero este es un tema muy complejo sobre el que habría que hablar despacio…, porque se presta a muchos malos entendidos. El Pais Vasco tiene algo que se asemeja mucho y está funcionando estupendamente, al menos hasta que yo he tenido noticias.
– Hemos vivido atrapados por la rueda del consumo. Empleamos nuestro tiempo en trabajar para ganar dinero, para gastarlo comprando y creando demanda para crear empleo… ahora este modelo entra en crisis. ¿Tenía sentido? ¿Qué alternativas tenemos?
Ante una crisis no vale lamentarse solamente sino que hay que preguntarse qué hemos hecho mal. Este país vivió por encima de sus posibilidades, y el modelo consumista está dando sus últimos pasos, porque, entre otras cosas, el planeta no lo resiste y ya da muestras de que se rebela contra las políticas puramente extractivistas y consumistas. Lo que nos pierde es la ceguera y la torpeza de una gran mayoría de la clase política nacional e internacional, pues es obvio que hay que darle la vuelta al modelo. La alternativa, se ha dicho hasta la saciedad, es aprender a vivir mejor con menos, la esencia del desarrollo sostenible. Y rescatar nuestro tiempo. Que una gran parte del tiempo que ahora dedicamos a producir y consumir se convierta en tiempo para la vida. Esto referido al Norte, claro está. El Sur tiene pendientes muchas cuestiones de desarrollo y allí es necesario acertar con modelos que generen calidad de vida sin destruir el medio ambiente y las culturas autóctonas. Todo un reto sobre el que ahora no puedo extenderme pero al que he dedicado un libro y varios artículos.
En cuanto a alternativas, la gran alternativa es volver a pensar y volver a pensarnos. Repensar el mundo que queremos dejar a nuestros hijos y repensar nuestro concepto de calidad de vida, de felicidad. Hay que recuperar la palabra felicidad como un derecho de todos los seres humanos, un derecho al que se llega por muy diferentes caminos, pero siempre con autonomía, libertad personal y política, y criterio para elegir qué es lo verdaderamente importante, dando su lugar a la naturaleza, la gran maestra, y aprendiendo de ella. Eso que se ha llamado “biomímesis” en el lenguaje ambientalista y que los políticos, salvo honrosas excepciones, desconocen.
– ¿Qué conclusiones podemos sacar para afrontar el futuro más próximo?
Creo que podemos y debemos reinventar nuestras formas de vida, individual y colectivamente. Hacerlo pensando en la dignidad de las personas, en el derecho a ser felices, pero también en los límites de la naturaleza y en criterios de sostenibilidad. Eso implica, por de pronto, operar con enfoques que nos aparten de la tiranía del mercado. Reinventarnos desde lo pequeño, lo descentralizado…, desde la cooperación y no desde la competitividad. Para este cambio de rumbo necesitamos dos cosas cuando menos: tiempo e imaginación. El tiempo nos lo tienen robado la mayoría de las veces, así que es esencial rescatarlo, reapropiarse del tiempo que a cada uno le pertenece como un tesoro. En cuanto a la imaginación, creo que sin ella nunca podremos vislumbrar unas formas distintas de estar en el mundo, no sólo como productores y consumidores sino, esencialmente, como partícipes, como seres que sueñan, se enamoran, disfrutan, juegan… y enseñan a sus hijos que la felicidad está en el abrazo que nos damos cada día con los otros y con la vida.
Dicho esto, quiero resaltar que, para caminar en esta dirección, es fundamental la conciencia. Una conciencia que incluya al planeta en sus criterios y que incluya al otro como partícipe del misterio de la vida. También una ciencia con conciencia y con consciencia. Ese es un camino que debemos recorrer en paralelo, individual y colectivamente.
Actualización 12/12: Quien tenga interés en profundizar en estas ideas puede echar un vistazo al libro que María Novo escribió recientemente titulado “Despacio, despacio” (20 razones para ir más lentos por la vida)”.